«Death to the living
Success to sailors wives
long life to the killer
and greasy luck to whalers»
Un velero ballenero de 1820 grabado en un diente de cachalote macho. Museo Oceanográfico de Mónaco.
“Ponte los cascos”, me ordena la directora de campaña, Viridiana, mientras un eje de coordenadas se desliza frente a mí en la pantalla del ordenador, potencia versus tiempo, pintando poco a poco un sonograma. Al principio no se oye nada identificable, ruido eléctrico tenue; me quedo pensando si el hidrófono y las conexiones funciona hasta que de golpe los auriculares despiertan: la línea de potencia comienza a oscilar, registra una especie de pulsos eléctricos, de clics que se despliegan como un fraseo acústico de fritura a la vez que la pantalla se llena de picos, uno por clic, uno cada dos-tres segundos. Y a cada clic aumenta la adrenalina, mi ritmo cardíaco, mi excitación. Estoy, por fin, escuchando al Leviatán, al mítico cachalote, gracias a la invitación a embarcarme en la campaña Pelagos 2013 de Giuseppe Notarbartolo di Sciara, presidente de la Asociación Thetys, dedicada desde hace un par de décadas al estudio y conservación de los cetáceos mediterráneos. Centrados en el santuario marino de Pelagos, compartido entre el Principado de Mónaco, Francia e Italia, el motovelero Pelagos al mando de la directora del proyecto Sabine Airoldi, y junto a una entusiasta combinación voluntaria de tripulantes y avistadores desarrolla campañas de embarque y localización de 1 semana de duración en Liguria, partiendo de San Remo como puerto base. Somos 8 voluntarios en esta campaña, una semana de duro trabajo a bordo, incluyendo limpieza y mantenimiento de la embarcación, trabajo de cocina y largas sesiones de avistamiento en cubierta. Por la noche compartimos cuatro varones el camarote de proa. Dough Perrine, el afamado fotógrafo submarino tejano, entre ellos. Armado con sus flamantes Nikon D800E, pretende fotografiar rorcuales comunes bajo el agua, una tarea que pronto se demuestra bastante más difícil de lo esperado en un principio. Residente en Hawaii, Dough se ha hecho famoso entre otras imágenes por sus imponentes tiburones tigre, tomados en gran angular.
Cachalote: un gigante frecuente y raro a la vez de 18 metros de longitud, de los cuales un tercio corresponden a la enorme cabeza, germen del sistema de ecolocalización y almacén de espermaceti, el fabuloso aceite origen, junto con la grasa corporal, de la codiciosa búsqueda de estos animales durante dos siglos por los mares de medio mundo. El animal que captamos con toda claridad desplaza 20 o 25 toneladas a golpe de aleta caudal, emitiendo chasquidos de ecolocalización, a más de 500 metros de profundidad, mientras busca, en la penumbra absoluta, calamares de apenas kilos de peso y treinta centímetros, situados en el talud continental. Calamares que nada tienen que ver con el Kraken mitológico, y me pregunto cómo una boca tan peculiar, estrecha y alargada como la del cachalote, armada solo de dientes en los machos, sirve como herramienta adecuada para capturar escurridizos calamares. La respuesta se encuentra en el patrón de ultrasonidos que emite el animal, su sistema de localización de presas y captura, y en su fraseo: aparentemente las señales rítmicas a 15kHz, altamente direccionales sirven para la localización, al modo de los murciélagos insectívoros en tierra. El modelado de la ecuación de este equipo de sónar macrocefálico sugiere que el animal es capaz de detectar agregaciones de calamares a más de quinientos metros de distancia. Acabada la fase de localización, se inicia la de captura, registrándose un aumento en la frecuencia y disminución en la amplitud de los clicks, que se ven sustituidos por señales de “caza”, los llamados creaks que reportan de forma rápida y en el instante crítico de la captura cambios en la posición y velocidad del objetivo. Ambas señales se alternan. Este patrón ha permitido estudiar a distancia la actividad de los cachalotes en un ambiente ajeno a la capacidad de investigación actual, al menos mediante medios compatibles con el bienestar de los animales.
De golpe, trascurridos cuarenta minutos, el animal deja de emitir clicks o creaks y regresa el ruido de fondo. “Ojo, está subiendo” me informa Viri e inmediatamente se desencadena el frenesí a bordo, somnoliento tras dos horas de búsqueda infructuosa. Hay que localizar al pairo el chorro de vapor de agua que el animal emitirá al respirar en superficie, durante un periodo de 10’ antes de iniciar la siguiente inmersión profunda. En esos diez minutos escasos hay que ubicar al animal, fotografiarlo en condiciones estándar y filmarlo, caso de ser necesario. En el mar balear los avistamientos suelen ser de grupos reproductivos de hembras o guarderías, pero aquí al N entre el Golfo de León y Liguria corresponden con mucha mayor frecuencia a solteros sexualmente activos y solitarios. Las fotos de la cola son las más importantes para la fotoidentificación, correlación entre un animal y una imagen fotográfica que pone de manifiesto marcas corporales, distribución de parásitos, marcas de pigmentación, heridas o mutilaciones que permiten identificar individualmente a un ejemplar concreto, y seguirlo a menudo durante años. El caso más espectacular es probablemente Migaloo, un ejemplar completamente albino de ballena jorobada que ha sido avistada y fotografiada recientemente por Jenny Dean en la costa australiana de Queensland.
Cargado de simbolismo y literatura navega también un cachalote albino fotografiado por Iroya Minakuchi en Azores, uno de los hot spots mundiales para la especie.
Desde la plataforma de observación del mástil del Pelagos, Sabine filma al ejemplar a alta definición. “Hay que controlar los periodos entre inspiraciones, informan sobre la proximidad de la zambullida” nos cuenta premiosa este compendio de optimismo e hiperactividad en forma de investigadora. Por la noche añadiré un adjetivo más, gran cocinera, al probar sus memorables spaguetti alle vongole. Por su parte el cachalote, consumido su tiempo de recuperación en superficie, pica progresivamente hasta los 90º, extrae la aleta caudal en la vertical y se zambulle elástica y suavemente, reclamado por una mano invisible hacia el Hades. A él pertenece: casi tres cuartas partes de su vida transcurre en la zona batipelágica. Apenas una agitación en superficie nos recuerda al animal que sacudió la memoria ballenera de Herman Melville hasta hacerle escribir, casi en estado de trance, la grandiosa blasfemia que constituye Moby Dick. Ahab alerta a su tripulación sobre un cachalote blanco, “con tres agujeros perforados en su aleta caudal de estribor”, una fotoidentificación literaria avant la lettre que les señalará a todos el objeto y fin último de su enloquecida cacería de venganza y redención.
La historia natural del cachalote es todo desmesura: es el cetáceo dentado más grande que existe, alcanzando los 18 metros de longitud total los machos y más de 25 toneladas de peso, bastante más grande que el Pelagos…; se han registrado zambullidas de hasta 138 minutos en el Caribe, a profundidades de más de 1200 m. Los testículos de los machos adultos alcanzan en verano los 12 kg de peso, y su cría al nacer pesa más de una tonelada y mide casi cinco metros. Cosmopolita, está ampliamente distribuida en el Mediterráneo, con dos zonas de máxima densidad aparente, el Golfo de León como zona de alimentación, y el mar balear como zona potencial de agregación reproductiva.
A pesar del dramático declive poblacional de principios del siglo XX, la Sociedad Cetológica Americana evalúa la población actual en unos 300.000 ejemplares, menos de un 30% de la población calculada en el periodo preballenero. Como especie su importancia es ecosistémica: Whitehead calcula que su consumo anual en biomasa es el equivalente a las pesquerías humanas combinadas (!)
Esa noche caigo rendido en mi camarote, pero incapaz de dormir: hay demasiado acumulado en la chistera. La vigilia me lleva a Philip Hoare y su Leviatán o la ballena (Ático de libros), el mejor ensayo sobre la especie que ha caído en mis manos, amalgama de relato personal, histórico y científico de impecable factura. Y Hoare me enseña además que el destete definitivo en el cachalote puede retrasarse hasta los 13 años en el caso de los machos, sugiriendo la importancia del vínculo familiar y social y la existencia de manadas matriarcales formadas por hembras y crías, de forma muy similar a las organizadas alrededor de la hembra más veterana de otro gigante terrestre, el elefante. Tal vez es la bruma nocturna que envuelve nuestro velero mientras dormitamos la que me susurra la historia de japoneses en Galicia, balleneros nipones que se hicieron cargo de la última factoría de procesado de ballenas en nuestro país, cerrada en 1985 y perteneciente a la familia Massó. España explotó históricamente a la especie en el Atlántico: el Estrecho y Galicia fueron los puertos de desembarque y despiece. Cerrada la factoría de Cee, se abandona definitivamente la explotación ballenera. En la bonanza de los sesenta se llegaron a desembarcar 200 ejemplares por estación ballenera y temporada, un número enorme dadas las dimensiones de las factorías. Las ballenas eran como los cerdos del mar: se aprovechaba todo. Los trabajadores incluso vendían las vísceras para exquisiteces gastronómicas y por supuesto el aceite, que Renfe utilizaba como combustible y engrasante de las máquinas ferroviarias. Y los viejos todavía cuentan y no paran lo delicioso del sabor de la carne, parecida a ternera. En Cee persiste en ruina y abandono totales la ballenera de Caneliñas, destino ahora de house parties ilegales, vergüenza de la conservación del patrimonio histórico de Galicia, esperando, tarde ya, a que se limpien sus ridículas pintadas, se barra el botellón permanente y se restaure como museo del Mar. Una quimera, también del mar.
Factoría de Cee. Un rorcual espera su turno para el despiece
Y a la vez se me impone a la memoria olfativa el aroma almizclado del ámbar gris, y me acuerdo de su historia y su poco noble origen: mierda de cachalote. Mierda, sí, pero convertida en oro por el paso del tiempo y el efecto combinado y oxidativo del sol y el agua marina. Pero el ámbar es otra historia, para ser contada otro día.
Infinito como el mar, el cachalote perdura siempre como objeto de investigación cifrado y como animal totémico, vivo en los datos de los investigadores y en el subconsciente colectivo de nuestra especie. Su relato es simplemente inabarcable, como Melville descubrió pronto. Su secreto viaja con él a las profundidades, inaprensible, diluyéndose poco a poco sus contornos, velándose de nuevo cuando creíamos conocerlo, burlando de nuevo a Ahab, metro a metro y respiración contenida, en el azul del mundo que se abisma.
Texto: Pep Amengual
Derechos fotos: sus autores